El crecer en mi familia “comiendo sanamente” significaba que habría una pequeña pechuga de pollo seca y una porción de arroz blanco en el plato de la cena de esa noche. Gemía cada vez que mis padres anunciaban una nueva dieta de moda. En lugar de Pop-Tarts, habría cereal Cheerios sin sabor adicional y yo podía apostar que dentro de la semana tratarían de servir “fruta” como postre. Mi hermano y yo orábamos por el día que terminara la dieta y que podríamos regresar alegremente a una dieta rica en azúcar procesada y jarabe de maíz de alta fructosa.
Nunca he sido el tipo de chica que anhela verduras crudas y experimentos con hummus, alimentos germinados o quinoa. Soy el tipo de chica que se pone a sudar diciéndole no a los carbohidratos y que evita pastelillos cerrando los ojos y contando hasta diez. Comer sano es un reto para mí y la mayoría del tiempo me toma un esfuerzo consciente empezar la carrera hacia comer saludablemente, no se diga terminarla.
No soy delgada y no tengo el metabolismo monstruosamente activo que mi marido y los niños parecen tener. He luchado con mi peso toda la vida y he participado en decenas de planes de dieta. Les puedo decir cuántos puntos de Weight Watchers hay en casi cualquier alimento, la cantidad de calorías que puedo quemar con cada uno de los videos aeróbicos en mi estantería, y puedo calcular la ingesta personal diaria de calorías con los ojos cerrados y las manos atadas detrás de mi espalda.
No soy una especialista dietética; me estoy recuperando de una vida de desorden alimenticio.
He pasado la mayor parte de mi vida balanceándome como un péndulo entre las temporadas de una alimentación descuidada, seguida por temporadas de dietas estrictamente saludables. En el otoño de mi primer año de la escuela preparatoria, mi almuerzo diario consistía en una rebanada de pizza de queso grasosa, un Mr. Pibb, y una barra de chocolate. Después, en algún momento de la primavera, consumida por la culpabilidad de comer poco saludable, sustituía la rutina con una nueva: cuatro galletas saladas, una rebanada de queso y una manzana. Y aunque estoy segura de que mis decisiones saludables parecían como una mejora para las chicas en mi mesa del almuerzo, mi corazón estaba menos saludables que nunca, ya que me obsesionaba por cada bocado y caloría.
Como adulto, es más fácil que nunca obsesionarse con la comida; Yo compro el mandado y planeo las comidas. Hay canales de televisión enteros dedicados a puro alimento. Etiquétese a sí mismo un “entusiasta de comida” y será considerado una persona popular. Sitios Web y comunidades en línea ofrecen una gran cantidad de consejos y trucos por lo que es posible que yo pierda cantidades ilimitadas de tiempo en la preparación de la comida, diferentes combinaciones de sabor, y sustituciones nutritivas por alimentos menos saludables. Puedo llamar a mi fijación un hobby o justificar mi pasión al afirmar que le sirve a mi familia.
¿Qué pasa si la alimentación saludable realmente no es saludable?
Muy probablemente podemos estar de acuerdo en que comer en exceso o el obsesionarse con la comida es idolatría pecaminosa. Pero ¿podría también estar pecando mientras estoy comiendo una dieta bien balanceada, baja en carbohidratos y alta en proteínas, y bajando de peso? O, ¿qué si eres una mujer que nunca ha tenido problemas con el exceso de comidas, pero siempre has sido demasiado cautelosa sobre tus hábitos alimenticios?
¿Alguna vez pensaste que a medida que estás comiendo sin pesticidas, sin químicos, sin colorantes, sin calorías, sin grasa, sin gluten, sin productos lácteos, o sin carbohidratos, también podrías estar comiendo sin Jesucristo?
Puedo lograr mi meta de calorías del día, hacer ejercicio de tres a cinco veces por semana, y completar mi diario de alimentos y, aún así, estar más en esclavitud que nunca.
En lugar de soñar con wafles belgas, tal vez esté añorando yogur griego y granola. En lugar de preguntarme qué voy a comer a continuación, tal vez piense en cómo mis calorías de comida del almuerzo cambiarán mis planes para la cena. Me quedo con hambre durante la mayor parte de la semana para poder consumir esas calorías en el fin de semana con mi marido. Me sobrepaso de ejercicio para librar más calorías.
Incluso cuando estoy bajando de peso, vivo o muero todas las mañanas por los números en la balanza cuando me peso.
No toda la alimentación saludable es idolatría. Tú puedes ser una persona naturalmente consciente de la salud; cuidando tu peso, comiendo la cantidad adecuada de frutas y verduras, y limitando tus carbohidratos te puede salir naturalmente. Pero si estás viviendo una vida consumida por el conteo enloquecido de calorías, manipulando la hora de la comida, y la preocupación de lo que pesas, es muy probable que estés mirando a la cara a tu ídolo.
Un corazón idolatrando la comida se ve igual en el interior si es el cliente de sobrepeso en la gasolinera agarrando la última caja de pastelitos, o si es la madre del vecindario suburbio cruzando toda la ciudad con el fin de comprar las comida saludable y orgánica en las tiendas de especialidad.
Sea o no que estés batallando con el peso, debes estar atento a la batalla por lo que estás adorando. Lo que podrías llamar un estilo de vida saludable puede ser en realidad la Herejía de la Comida Saludable. Ninguna manera saludable de comer es digno de todo tu tiempo, dedicación y atención.
Jesús no murió para que puedas llevar la talla dos o tener bajo el colesterol, sino para perdonar tus deseos impíos por las cosas de este mundo.
Entonces, ¿cómo luchar contra el ídolo de una alimentación saludable?
Identifícalo por su nombre. Admite si sabes que tu alimentación no es simplemente un estilo de vida. Si la vida sana te está exigiendo hasta la última gota de afecto, entrega tus esfuerzos y confiesa tu idolatría. Pídele a Dios que te ayude a identificar el ídolo que estás sirviendo; que podría ser el orgullo, la avaricia, la vanidad, o la aprobación del hombre. Pídele al Espíritu Santo convicción específica referente a tu lucha.
Párate en Su gracia. Dios es recto y justo y requiere que todo pecado sea reconocido. Pero para mí, por la gracia de Dios, mi deuda ha sido pagada por la muerte de Jesús en la cruz. Yo ya no me baso en mi propia justicia y mi alimentación libre de pecado, sino que estoy en la gracia de Su favor inmerecido. Soy perdonada porque Jesús fue castigado en mi lugar.
Camina por fe. Dependo totalmente del Espíritu Santo para seguir adelante. Le pido que me conceda la sabiduría para tomar buenas decisiones, autocontrol para obedecer y convicción misericordiosa para las veces que tropiezo.
He deseado a menudo poder dejar de comer por completo. Sería más fácil si no tuviera que luchar con los problemas alimentarios para nada. Por desgracia, esto nunca va a ser una opción viable. Dios ha provisto alimentos para sostenernos con los nutrientes necesarios para la supervivencia. La comida siempre será una parte del plan perfecto de la provisión de Dios para nuestro sustento en este mundo. En lugar de renunciar a la batalla, debo aprender a interactuar con los alimentos de una manera que alaba al Creador, sin idolatrar la comida que Él creó.
Vencer a mi Hereje de Comida Saludable no se logra de la noche a la mañana. Tomará tiempo, oración, entrega, y dependencia. En Cristo, es posible vivir una vida libre de la esclavitud a la alimentación; de la comida chatarra y de los alimentos saludables por igual.
Lindsey Carlson
Traducción: Julie Núñez