Por naturaleza somos diestros a la hora de discernir, identificar y condenar los pecados ajenos. Todos, sin excepción, somos expertos para juzgar las fallas y los pecados de otros, pero no evidenciamos la misma precisión con los pecados propios. Jesús denunció esta tendencia diciendo: ” ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Mateo 7:5) ¡Eso duele!
Reconocer, condenar y resistir nuestros pecados es parte de crecer en el carácter de Cristo. En líneas generales, creo que podemos decir que la santidad de un creyente es proporcional al grado de tristeza y de repudio que le produce su propio pecado. Por eso es una gran necesidad que seamos cada vez más conscientes de nuestra maldad.
Ahora bien, entendiendo que esto solo lo produce Dios por medio de Su Espíritu (quien nos trae convicción de pecado), cuando esto sucede es de gran provecho para el creyente. Descubrir nuestras intenciones y motivos pecaminosos puede ser una experiencia triste, desagradable y vergonzosa, pero al final termina siendo una gran bendición para nosotros. Esto es importante si consideramos que el pecado tiene la tendencia de camuflarse y nosotros los pecadores, la tendencia de esconderlo.
Caer en cuenta de nuestra propia maldad es gracia en su máxima expresión. Los beneficios que este descubrimiento produce son muchos, ricos y eternos. La gracia de la redención brilla más cuando se contrapone a la oscuridad de nuestro pecado.
A continuación quiero identificar algunos de estos beneficios:
Nos libra de jactancia. Saber que nuestro corazón todavía es malvado, nos dará una perspectiva correcta de nosotros mismos. El apóstol Pablo les recordó a la iglesia de Roma : “…digo a cada uno de vosotros que no piense más alto de sí que lo que debe pensar, sino que piense con buen juicio…” (Rom 12:3 ). Estar conscientes de la propia pecaminosidad, nos guardará de presumir de nuestra bondad y justicia. Como creyentes, debemos tener siempre presente esta paradójica realidad: somos nuevas criaturas, (2 Corintios 5:17) pero el pecado todavía mora en nosotros (Rom 7:17).
Nos hace más dependientes de Dios. Cuando vamos reconociendo nuestra maldad, entonces nos hacemos más dependientes de la gracia de Dios. Jesús comenzó el Sermón del Monte diciendo “bienaventurado los pobres en espíritu porque de ellos es el reino de los cielos”. (Mateo 5:2) Solo aquellos que reconocen su bancarrota espiritual, pueden acudir al Señor por misericordia. Todos necesitamos de Dios, pero no todos estamos conscientes de ello. Al menos no todos los creyentes tenemos el mismo grado de consciencia de esa seria y profunda necesidad. Cuando descubrimos nuestra miseria, entonces buscamos de la abundancia que hay en Cristo. Aquellos que han sido abrumados por la conciencia de su pecado, procurarán la gracia con santa desesperación. Y esto es bueno.
Nos hace más cuidadosos. Vivimos en mundo caído y aunque fuimos regenerados, todavía somos parte de una raza caída. El apóstol Pablo advirtió a los Corintios diciendo “el que cree que está firme, tenga cuidado, no sea que caiga (1 Cor 10:12). Una mayor consciencia de nuestro pecado, nos hace más alertas y cautelosos. Saber que conservamos una inclinación hacia la maldad, nos ayudará a cuidarnos de los lugares, las prácticas o las personas que puedan exponernos a ciertos pecados.
Nos hace más compasivos. Cuando reconocemos nuestra maldad, entonces podremos ser compasivos con las debilidades y pecados de los demás creyentes. Nuestra propia lucha con el pecado nos debe recordar que otros también luchan con similares o diferentes pecados. Pablo llamó a los Gálatas a restaurar a los que caen en pecado, pero que lo hagan con gracia y mansedumbre porque ellos mismos también podían caer (Gál 6:1). Cuando estamos agradecidos de que Dios soporta nuestros pecados, podremos soportar con esa misma gracia los pecados de otros.
Que el Señor nos conceda un profundo sentido de nuestro pecado y en la misma medida nos otorgue una verdadera conciencia de su misericordia. Que nuestros ojos sean abiertos para ver la maldad de nuestro corazón y a su vez la abundancia de su amor en Cristo. Como decía un antiguo predicador, que el Señor nos hiera con la conciencia del pecado para ser sanados con la medicina de su gracia.
Conocer el pecado propio es una gran bendición.
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Este es un artículo escrito por Gerson Morey originalmente publicado en COALICIÓN POR EL EVANGELIO. Publicado con permiso del autor. Todos los derechos reservados.
Encuentre el artículo original en: CHARLANDO CON EL PASTOR: LAS ORACIONES NO RESPONDIDAS
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