2) “Tú has tomado en cuenta mi vida errante; pon mis lágrimas en tu redoma ¿acaso no están en tu libro? (Salmo 56:8).
No comprendo muy bien la fisiología de las lágrimas pero si se que derramé muchas durante aquellos días de duelo. Levantaba el teléfono para platicar con mi cuñada antes de recordar que ya no estaba. Veía a un hombre pasar con una barba larga y me recordaba a la de mi cuñado. Todo esto me traía lágrimas. La sillas desocupadas durante nuestras reuniones familiares, aun me hacen llorar.
Pero aun si llorara un río, el Salmo 56:8 me recordó que Dios recolecta todas y cada una de mis lágrimas; las que escondí y las que mojaron mi almohada en medio de la noche, no hubo una sola lágrima que Dios no tomara en cuenta. Cada una de esas lágrimas era preciosa para Él porque yo soy preciosa para Él.