Después de que los miembros del Sanedrín enviaron con triunfo a Jesús a la cruz, ellos temían que sus discípulos entraran y robaran el cuerpo. Ellos pidieron y obtuvieron soldados para custodiar la tumba. Aunque los miembros del Sanedrín no creían que tal cosa pudiera suceder, tomaron de forma literal la afirmación de Jesucristo de que resucitaría en tres días. Pero sus discípulos, en cambio, no parecen haber compartido la misma convicción, a pesar de la promesa de Cristo.
En el día de la resurrección, dos de ellos se dirigieron hacia la aldea de Emaús y del sepulcro (Lucas 24:13). En lugar de expresar la esperanza de que Jesús había resucitado o de que resucitaría, mostraron su decepción de que Él no había cumplido con su esperanza de un presente reino mesiánico (Lucas 24:21). Incluso, las noticias de su cuerpo desaparecido [de la tumba] simplemente los confundió. Jesús les había dado plena advertencia acerca de su muerte inminente y, en menor medida, de su resurrección. Pero ellos no esperaban una resurrección corporal.
Tomando en cuenta sus trasfondos y creencias, los discípulos no tenían ningún motivo real para robar el cuerpo. Podrían haber esperado una resurrección espiritual, es decir la continuación de Su obra y ministerio o Su vindicación después de la muerte. Cuanto mucho, tal vez creyeran que Él se había referido a una apariencia fantasmal, ya que la mayoría de los judíos creían que el alma continúa después de la muerte. Sin embargo, no tenían ninguna base real para esperar que la vida regresara físicamente a Su cuerpo y, por lo tanto, no había necesidad de hacer lo que los dirigentes de Israel temían.
De hecho, el cambio radical de los discípulos con respecto a su creencia acerca de la resurrección – no se diga la transformación de estarse escondiendo, a practicar una audaz proclamación – demuestra que, al menos, ellos mismos quedaron convencidos de que Jesús resucitó de entre los muertos. A pesar del desprecio de judíos y griegos por igual, los discípulos predicaron no sólo una continuación de la obra de Jesús, sino a un Salvador que vive de nuevo.
Adaptado de La vida y Obra de Jesús el Mesías por Alfred Edersheim (Libro V, Capítulo XVI).
Traducción por Julie Núñez