¿Por qué batallamos para orar?
Puede que sea porque sobre-espiritualizamos las cosas. Creemos que tenemos que orar por largos periodos de tiempo y ser muy elocuentes para que tenga un buen resultado. Nos comparamos con gente muy piadosa como Billy Graham o la madre Teresa, y nos quedamos sintiendo insuficientes o descalificados e inclusive hasta indignos. A veces separamos la oración del resto de nuestra vida pensando que el tiempo de oración es solo una practica apartada para las reuniones de la iglesia o para cuando tengamos tiempo.
Cuando leo lo que el apóstol Pablo escribió en Colosenses 4:2 “Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias” me pregunto… ¿cómo puedo yo perseverar en la oración cuando mi vida diaria está tan llena de cosas por hacer, con el hogar, el trabajo, los niños, etc? Lo que muy seguidamente se me olvida es que Pablo estaba hablando de la actitud y disposición del corazón y no necesariamente de dedicar todo tu tiempo del día en una oración. Nuestra dedicación a la oración es una tendencia del corazón a voltear hacia Dios a cada momento de nuestra vida.
En este viaje en el que he embarcado para crecer en mi forma de orar a Dios, he descubierto varias prácticas para mejorar en mi oración: