La respuesta del Señor Jesús a sus discípulos fue la siguiente:
“Vosotros, pues, oraréis así:
Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.
Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.
El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.
Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.
Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén.”
En esta oración podemos ver que Jesús empieza por alabar y santificar el nombre del Padre Santo, en otras palabras, empieza su oración con humildad y reverencia ante la presencia del Dios todo poderoso. Jesús sabe que nuestro corazón se convierte en un templo y un altar santo cada vez que oramos, pues es por medio de la oración que invocamos e invitamos al Dios Santísimo.