En conclusión…Algún día nosotros mismos podríamos encontrarnos entre los perseguidos por Jesucristo, o tal vez ya lo seamos de alguna manera.
El hecho de estar en oración por los que sufren, nos recuerda que vamos por buen camino, obedeciendo a Dios y confiando en el que nos salva de todo mal. Y aunque en esta vida lleguemos a ser dignos de perder la vida por Él, nadie puede destruir nuestra alma que reinará eternamente con Dios en los nuevos cielos y la nueva tierra, donde no habrá más llanto, ni dolor.
“[Dios] enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas han pasado” (Apocalipsis 21:4).
No obstante las circunstancias físicas, Dios promete ser nuestro cuidador y el que nos cubre y nos hace vivir confiados. Podrán matar nuestro cuerpo, pero no pueden matar nuestra alma ni espíritu. Y en aquel día, Dios resucitará aun nuestro cuerpo y reinaremos con Él por siempre y siempre (Romanos 8:11, 2 Timoteo 2:12).
Oremos los unos por los otros mientras todavía es de día.