2. Que Dios abra sus ojos espirituales y puedan ver la gloria de Dios para ser fortalecidos.
Cuando Esteban, en el libro de los Hechos, fue perseguido por los líderes religiosos, sus ojos fueron abiertos y él pudo ver la gloria de Dios y a Jesucristo de pie al lado de Dios. Y mientras apedreaban a este primer mártir, él se fortaleció invocando el nombre del Señor y diciendo: “Señor Jesús, recibe mi espíritu” (Hechos 7:55, 59).
No es de sorprenderse que después, el apóstol Pablo considera los sufrimientos que padece y aun la muerte, como nada a comparación de la gloria que vendrá (Romanos 8:18). También cuando Pablo le pide a Dios que lo libere de su aguijón, Dios le responde que Su gracia es suficiente para él.
“Y Él me ha dicho: Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, muy gustosamente me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo more en mí” (2 Corintios 12:9).
Oremos para que las penas de nuestros hermanos se minimicen a comparación de la gracia y la gloria de Dios que ellos experimenten.