Otra de las lamentables realidades que he observado es que muchos cristianos no saben qué hacer con sus vidas después de conocer a Cristo. Recuerdo la historia de un hombre en nuestra iglesia que, después de ser bautizado, preguntó: “Entonces, ¿debería dedicarme al ministerio a tiempo completo ahora?”. No sabía qué hacer con su trabajo después de ser convertido, y pensaba que le agradecería más a Dios que renunciara y se hiciera pastor. La misma mentalidad que dice que el pecado se encuentra en la cultura y no en nosotros, es la mentalidad que lo hacía pensar que Dios solo honraba el trabajo en la iglesia y nada más.
En mis conversaciones con otros cristianos he notado una preocupación muy similar: artistas, cocineros, empresarios, vendedores… personas con toda clase de vocación sienten una separación entre lo que están haciendo en el mundo y lo que hacen en la iglesia. Y esto crea dudas en sus corazones. Algunos preguntan, “¿Cuál es la voluntad de Dios para mi vida?”, pero el problema no tiene tanto que ver con la voluntad de Dios sino con la manera en que piensan sobre la cultura y el llamado cristiano de cultivarla. A veces actuamos como si el único trabajo que honra al Señor fuese el ministerio. Pensamos que trabajar en la iglesia —seas pastor, líder, ujier, músico, o diácono— es más importante que ser un doctor, abogado, o jardinero. Pero Dios no solo llama a pastores, Él llama a cada persona a glorificarle con los dones que Él les ha dado. Este llamado a trabajar en el mundo es un llamado a cultivar el jardín que Dios ha creado.