Recuerda que nuestro acceso nunca se basa en nuestra impecabilidad, sino en la de Cristo.
Si la base de nuestro acceso a Dios en la oración fuera nuestra perfección, entonces el pecado personal nos mantendría lejos de Dios. Sin embargo, afortunadamente, así no es. Nuestro acceso a Dios no viene a través de nuestra impecabilidad, ¡sino a través de la de Cristo!
“Porque no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino Uno que ha sido tentado en todo como nosotros, pero sin pecado. Por tanto, acerquémonos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna”, Hebreos 4:15-16.
No nos acercamos a Dios en oración recitando nuestras calificaciones para venir a Él. No saludamos a nuestro Padre celestial y luego le damos nuestro currículum diciendo, “Yo he hecho esto y aquello” (Lc. 18: 9). ¡Para nada! Nos acercamos a Dios en oración cubiertos en la justicia de Jesucristo. Venimos declarando su sangre y justicia. Su perfección está cosida a nuestra alma. Somos uno con Él y le imploramos como nuestro representante. Cuando oramos, venimos como pecadores cubiertos en la sangre de Cristo. Recordar la verdad del evangelio y predicarlo a nuestro corazón provocará que oremos, incluso en medio del pecado personal.